miércoles, 25 de abril de 2012

¿Para qué sirve ser colombiano?



Yo soy colombiano pero no sé qué significa eso. Diría que llevo una nacionalidad porque nací, crecí, estudié y trabajo y vivo bajo las leyes de aquí, pero no sé, más allá del hecho legal, si ser colombiano, austriaco, congolés o gitano significa realmente algo, o al menos, algo importante.

Cada terrícola debería proponerse la sencilla tarea de pensar como lo haría un extraterrestre. Por sí solo, el hecho de imaginar fronteras conduce a ver cada vez más y más fronteras, a regirse por cada vez más ataduras. Políticas, geográficas, religiosas, morales, culturales, raciales y espirituales, todas.

Si la nacionalidad misma de los personajes más importantes de la historia no es relevante, por qué detenerse en el origen de seres humanos insignificantes como usted o como yo, seamos de donde seamos.

Los más grandes músicos que ha dado Europa como Bethoven, Mozart, Liszt o Strauss fácilmente podrían ser alemanes o austriacos o húngaros. Qué importa. Uno se regodea o se fastidia con su música, pero nada más. Para nadie debería ser pecado confundir el pueblito europeo de sus cuitas, sus historias, ni siquiera sus composiciones. Aquí, en el hombro de Sudamérica, a miles de kilómetros y tras de decenas de años, nadie se está deteniendo a pensar si ellos dejaron en alto el nombre de Alemania, Hungría o del imperio Austriaco. Ninguno de ellos compuso reclamando atención a su bandera, ¿por qué habría de hacerlo otro?

El talento es antipático a las ideas nacionalistas; la falta de talento, no. Pasa mucho, desde el descubrimiento de América hasta el reggaetón. Quiero decir, Cristóbal Colón es italiano aunque pase como español, eso también le sucede a Manu Chao, que no es de España sino francés, como Carlos Gardel, a quien a su vez reclaman Argentina, de donde es realmente Ricardo Montaner, que no nació en Venezuela como Oscar D’León, a quien algunos asocian a algún país del caribe. ¡Qué importa! Desde el Canal de Panamá en adelante todos son lo mismo. Qué importa si son cantantes de salsa, merengue, bogaloo o reggaetón, si son dominicanos, boricuas, 'colones', mayamisenses o neoyorquinos. Francamente da igual.

Todo se ve más simple si hacemos el ejercicio contrario. Uno no piensa en los personajes que admira como seres épicos que llevan a cuestas una bandera que reclama atención. Nunca es así. No es esa imagen que Harold Trompetero prostituye cada que hace un comercial flojo de 90 minutos, que llena de insights populares y que pone en una sala de cine, tratando de decir que es cine. En términos prácticos ser colombiano no es nada. Que le vaya bien a nuestra familia, y mejor si a la ciudad, y mejor si a Colombia, porque es donde está la ciudad, la familia, y uno, pero no me vengan con que 43 millones de desconocidos nos importamos.

¿Para qué sirve ser colombiano? Para nada. Uno debe ver al país como al propio cuerpo. Hay cosas que tenemos y producimos, que sabemos que son feas, asimétricas e imperfectas, otras son asquerosas e impresentables. Hay otras que los demás admiran, sí, pero nadie anda alardeando por tener la nariz pequeña, la piel de durazno o medir 1.85: son cosas que nos dicen desde afuera, que cuando salen de nuestra boca provocan 'mal aliento'.

Ese afán de resaltar todo lo que es colombiano, por el solo hecho de ser colombiano, es lo que lleva a la opinión pública -si es que tal cosas existe o sirve-  a actuar desde la ceguera neuronal, o mejor, desde la imbecilidad.

Con esa fórmula hemos venido creando ídolos de barro como, entre muchos, Alejandro Falla, Camilo Villegas, Juan Pablo Montoya, Hugo Rodallega, Giovanni Moreno, Sofía Vergara o Jhon Leguízamo. 'Compatriotas' que han ganado nada, poco y mucho -en ese orden-, y que por ser colombianos reciben el más inmerecido de los despliegues. No tengo nada contra ellos, si uno los ve como deportistas o actores no están nada mal, pero ese no es su gran talento, su gran talento es convencernos de que merecen pleitesía. La culpa no es de ellos, es nuestra.

¿Por qué no se va? ¿Qué he ganado usted?, me preguntarán los comentaristas que sí sienten que ser colombiano es importante. Pues nada, es la respuesta. No he ganado nada y si alguna vez lo hago no será por ser colombiano, como si fracaso o me vuelvo un delincuente: no tendrá nada que ver con el orgullo de nacer en un país. Si pasa lo primero me pedirán que diga solo cosas buenas de Colombia, que vuelva (porque uno se va), que haga fundaciones y opine sobre política y fútbol, si pasa lo segundo me esconderán y les daré pena. ¿Para qué sirve ser colombiano?

Ya les dí mi respuesta, ahora les doy ejemplo para hacerlo más digerible: Andrés Barreto. Él es el genio colombiano que creó Grooveshark, la plataforma gratuita de música online más importante del mundo. Un tipazo. Inteligentísimo y joven, ejemplar si ustedes quieren. Hace unas semanas, todos los medios aquí se volcaron a entrevistarlo por que era un tema 'vendedorsísimo': "El creador de Grooveshark es colombiano", esa era la noticia. Como si triunfar en lo que uno hace con gusto, talento y empeño fuera menos extraordinario que nacer por casualidad en este lugar del planeta.

Andrés Barreto ríe desde un piso en el Soho de Nueva York. Dentro de unas semanas empezará a cobrar por el uso de su invento y ni siquiera las direcciones IP generadas en Colombia se salvarán de ese cobro, en cambio, los colombianos lo vamos a hacer más millonario. ¿Por qué? Porque el tipo sabe algo fundamental: de nada sirve ser o no ser colombiano.

Es muy simple: entre menos uno sea, mejor. Este lugar es muy grande para ser tanto, yo por ejemplo me considero más bogotano que colombiano y eso, desde luego, tampoco sirve para nada.

Andrés Guevara Borges
En Twitter. @palabraseca

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Usted y cuántos más

También entre el cajón