Con
Beatriz ya nos habíamos reído de las agallas y, por qué no, de la imaginación de
los españoles cuando traducen –por llamarlo de alguna manera- títulos y doblan películas
en otros idiomas. Pensábamos que, además de la fiebre por españolizar, hacían
falta varias jarras de café para cambiar a ‘Beverly
Hill’s Ninja’ por ‘La Salchicha
Peleona’, ‘Fast & Furious’ por
‘A todo gas’, ‘Eternal Sunshine of The Spotless mind’ por ‘¡Olvídate de mí!’ o, nuestro favorito, ‘Knight And Day’ por ‘Noche y
Día’.
Lo que no
nos causaba gracia era ver que aquí en Madrid, encima, las funciones de cine
en Versión Original Subtitulada (V.O.S.) apenas existen. Sucede -o parece- que
los españoles se habituaron a inculcar la protección casi maníaca del bonito
idioma en el que se escribe este texto. Notamos también que ni nuestro Español de América estaba a salvo, por eso “Beto y Enrique” aquí se llaman “Epi y Blas” y
conocen como “Rana Gustavo” a nuestra “Rana René”.
Hacía varias
semanas que quería sellar algo más que la risa con Beatriz invitándola a ver
una película de la que todos hablen, pero aquí en Madrid, como decía, el cine de Hollywood es doblado y, cuánto peor, ceceado. El que yo veía en Bogotá y el que ella
veía en Guadalajara, con audio original subtitulado, en esta ciudad es marginal, impopular
y caro. Solo hay un par de cinemas y un par de
funciones en un par de días de la semana. Con suerte va el
muchacho que cobra por rodar el proyector.
Duré un
tiempo tratando de pescar algunas de esas funciones clandestinas en Cines Renoir
de calle Princesa: ‘Doce Años de
Esclavitud’, ‘Los Juegos Del Hambre
II’, alguna sopa de acción y alguna comedia independiente gringa, que ni
tan independiente ni tan cómica. Y horarios insólitos de 23:50, o 00:15 o
00:50.
Decidí
invitar a Beatriz la noche antes de su cumpleaños, en la semana que regresaba
a Guadalajara. Dos entradas por 18 € para la primera función de ‘Doce Años de Esclavitud - Versión Original Subtitulada’, en la sala
3: un teatrito estrecho y largo al que entramos como quien entra a un baño
desconocido.
Mientras
Beatriz buscaba una posición imposible entre su butaca yo hacía cálculos
mentales, diálogos y soliloquios:
«Saldríamos del cine al invierno de las tres de la mañana; y a
esa hora…taxi a mi casa. Cuánto: 10, 15 € . Y ella debe tener hambre. Pero qué comemos. El señor de
las chucherías debe estar, faltaba más, durmiendo en su casa… Bah, qué importa.
Estoy con ella en un estreno subtitulado. Sabe un poquito a victoria. Al diablo
el Español castizo. Quién sabe, de pronto hoy oímos cosas magníficas, música
blues, groserías genuinas, alguna línea memorable de Brad Pitt. O acentos extraños
de los suburbios de Washington, o de las plantaciones de Louisiana…
…Qué
importa Madrid. Y esta vieja salita de mierda, y el frío de afuera, y la plata,
y la hora, y el taxi, y las chucherías para matar el hambre. 00:03…Feliz
cumpleaños, Beatriz»
Nos besamos largo y una sola vez. ¡Shh! …
empieza la película. Música… ¿violines?, puede ser… ¡Juiizzt! ¡Juiizzt! Latigazos. Eso son,
se oyen clarito. Y llanto. Es un esclavo al borde de la inconciencia. Pasa
saliva, clama, le grita a su amo y maldice de dolor con apenas sorbos de aire pero en nítido Inglés.
Primer subtítulo: «¡Me
cago en la hostia! ¡Os ruego clemencia, vuestra merced! ¡Piedad, coño!»
Beatriz volvió a Guadalajara y me gusta pensar que en esa espera sin hablar hasta nos volvimos a besar, hasta nos dijimos esas cursilerías que se dicen en las despedidas. Que si las miradas son un idioma nosotros nos pusimos los mismos subtítulos.
Andrés G. Borges
En Twitter: @palabraseca
De la serie 'Español de España'
Publicado también en EL TIEMPO
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