Tantas décadas hablando de paz que ya hemos perdimos la página donde aparece su significado. Nos la venden como una era geológica: estable, inalterable y permanente durante siglos, que deja atrás lo de antes y le da la bienvenida a lo que viene de un tajo y sin vuelta atrás. Y la compramos, como idiotas la compramos.
Los mitos que hemos creado con la paz no son menos ingenuos que los creados por los violentos para justificar sus causas. Fines buenos y malos, todos absolutos, todos imposibles. Solo somos un océano de gente buena y mala, en este punto no importa quienes son más y quiénes son menos, juntos somos lo mismo: una horda de ingenuos.
Lo digo sin excluirme. Cuántas promesas hemos tragado enteras a quienes solo se prometen el poder. Y ahí estamos otra vez, a punto de volver a creer. Sin darnos cuenta hemos reducido la paz al cese al fuego con la guerrilla, a la desmovilización de criminales, a la derrota militar o al poder ir a la finca, hasta ese punto hemos querido conformarnos.
Hablamos de “una paz” como “La Paz”. Como si el estómago no pidiera comida tres veces al día, como si nuestra precaria educación garantizara el bienestar, como si los enfermos se murieran por enigmas de la ciencia y no por falta de dinero, como si los cuatro poderes operáramos. Como si fuéramos angelitos con la mala suerte de aguantar una violencia inmerecida.
No nos digamos mentiras, nuestra guerra es orgánica y con nosotros mismos, estamos tan podridos de irresponsabilidad que aceptaríamos como paz cualquier cosa que nos ofrezcan. Así también hemos aceptado cualquier cosa que llamen libertad, esperanza y felicidad. Nuestro patetismo nos pide tratados para no acabarnos entre nosotros.
¿Paz?, sí, también con los corruptos, los bancos, los jueces, los empresarios, los conductores borrachos y los periodistas. Con los malos ricos que roban y matan para tener más, con los malos pobres que humillan a otros pobres cuando salen a robar y a matar para comprarse unos tenis o un televisor de esos de colgar. Con los fanáticos de toda clase. Incluso con esos barrabrava que dan y quitan la vida por un equipo de su ciudad, los mismos que en soledad maldicen su suerte por no haber nacido en un arrabal de Buenos Aires.
¿Paz? Sí, pero con buena parte de los comentaristas de Internet, enanos mentales que se abrazan al anonimato para repetir sin ortografía los mismos chistes revolcados y las mismas ofensas infundadas. ¡Dialogos de paz conmigo!, que hablo más de lo que hago. Que soy un conductor neurótico y malaleche, un peatón que codea y mira rayado. Uno más como usted, que se queja por deporte y le da pereza actuar.
No nos engañemos. ¿Cuál paz? Si aun siendo una idea buena, bonita y barata no nos sirve porque no es gratis. Nos negamos a declarar nuestro propio Impuesto por la Paz, no estamos dispuestos a pagar ningún precio por ella. Y nos va costar, nadie lo dude. El día que se firme la paz -una paz- con la guerrilla me darán la razón: nunca habrá paz aunque haya, porque la paz no es contractual.
Andrés G. Borges
En Twitter: @palabraseca
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