lunes, 10 de febrero de 2014

Decirle a un buen tipo que tiene chucha


Jairo Espitia era un buen tipo pero tenía la peor chucha que he olido en mi vida. Lo mismo decían todos en la oficina, sobre todo por la tarde, y sobre todo las mujeres, que huelen más y mejor.

Cuando no teníamos de qué hablar hablábamos del hedor en las axilas de Jairo Espitia. Todos, como en una terapia de grupo, teníamos algo que decir. Se tocaba tanto el tema que incluso lo estirábamos hasta la hora de almuerzo, cada vez con menos asco, cada vez con más crueldad.

Los hombres le apostábamos a adivinar el día de baño de Jairo Espitia. Unos le íbamos al sábado por la mañana y otros al domingo por la noche, ninguno ponía en duda que era solo un día a la semana. Así de fuerte le chillaba la ardilla al pobre de Jairo Espitia.

Las mujeres, en cambio, no se ponían de acuerdo sobre cuál olfateaba mejor el sudor de Jairo Espitia. Una decía puerro, otra cebolla, otra ají de árbol y otra cilantro. Luego que no, que ajo, que cábano, que chistorra o coliflor.

Había tantas cosas que contar sobre el sobaco de Jairo Espitia casi no se trabajaba. Cuando no eran burlas eran hipótesis y cuando no eran hipótesis, preguntas. ¿Alguna vez olió bien? ¿Estará enfermo? ¿Nadie le habrá dicho? ¿Será hormonal? ¿Cómo un ser humano puede oler tan mal? ¿No se olerá él mismo? ¿O se huele y no le importa lo que pensemos?

Pero Jairo Espitia era un tipazo y nadie se creía capaz de decírselo en la cara, ni siquiera los que jurábamos que, estando en su lugar, agradeceríamos un poquito de sinceridad.

Pensamos en todo: mandar al practicante, pegarle una nota en la espalda, crear un Facebook de Rexona y enviarle un poke, dejarle un desodorante en el puesto, adelantar dos meses el Amigo Secreto y darle un bono de La Riviera, poner de intermediario a algún familiar suyo e incluso "escalar" la situación a Recursos Humanos. Todo, pero no, no había manera. Nadie se le medía. ¿Cómo irá a reaccionar un ser como Jairo Espitia?. Seguro fallamos, seguro nos pilla y seguro deja de ser el tipazo que siempre ha sido.

¿El olor? Cada vez más penetrante, más lacrimógeno. Al parecer nuestro cuchicheo y el aire acondicionado se habían encargado de regar el chisme a las oficinas contiguas y, pronto, a todo el edificio. En apenas unos días vimos a cada empleado de la empresa pasar hasta el escritorio de Jairo Espitia para hablar con él de cualquier cosa, para comprobar el rumor -el humor- con sus propias narices. Desfilaban calladitos. Unos se iban sonriendo y otros más bien con cara de náusea. Pobre de Jairo Espitia.

Una tarde finalmente se saldó la situación. Jairo Espitia me llamó a la extensión y me dijo muy serio que necesitaba contarme algo importante, que solo me quitaba un momentico.

Tomé aire... Entré a su oficina y sin ningún preámbulo Jairo Espitia me confesó que desde hacía varias semanas nos venía vigilando a todos los empleados. Solté el aire. Que instaló en secreto un WorkMeter para medir la productividad y había encontrado que diecisiete empleados estábamos muy lejos del rango. Que con eso bastaba para terminarme el contrato sin indemnización, liquidación ni prestaciones. Que agradecía mis servicios pero que la larga era más rentable contratar practicantes. Que devolviera el carnet en la oficina de Personal, que me deseaba mucha suerte en la vida y que si yo no tenía más que agregar le cerrara la puerta al salir.

Quedará para las estadísticas de productividad que esa semana, en total, diecisiete empleados de Jairo Espitia & Asociados encontramos sin esfuerzo las palabras para decirle a nuestro jefe que no era ningún buen tipo y que tenía la peor chucha que habíamos olido en nuestras vidas.


Publicado también en El Tiempo
Twitter: @palabraseca

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